En primer lugar pido disculpas por esta introducción tan Stephenie-Meyeresca ya que creo que con respecto al tema de los vampiros de hoy en día hay dos puntos importantes. Uno: tanto la televisión, como el cine y la literatura están saturados de tanta basura con colmillos, romances entre mortales y no-muertos y demás consoladores de trescientas páginas para pre-adolescentes. De modo que parad de escribir y hacer adaptaciones, por favor. Dos: ocupan un espacio mental en la juventud que bien podría usarse para Charles Bukowski, Franz Kafka o el propio Dante, si me apuráis. Para terminar me gustaría dejar claro a modo de mensaje para los posibles lectores con algún conocido que padezca este trastorno de personalidad y es que, por mucho que uséis atuendos oscuros, maquillaje negro, cadenas y demás bisutería grotesca (atended, que esto es importante) NO SOIS VAMPIROS. Parad con ese culto tan lastimosamente deprimente de etapa de inadaptados pre-adolescentes y preocupaos de salir más, leer más, escuchar mejor música, estudiar y/o buscar un trabajo que os entretenga. Vuestro "yo" futuro lo agradecerá. Y SÍ, es una etapa/moda. Se os pasará.
Comenzando con el tema que principalmente me ocupa la mente estos días, no he podido evitar fijarme en que ya poco me viene sorprendiendo de la gente en general y mucho menos de la que habita en esta bendita ciudad (parafraseando a la gran Mafalda). He caminado entre vosotros y el sentimiento más sincero que me ha venido a la mente ha sido de aburrimiento. Un completo y predecible aburrimiento. He comprobado que esta ciudad, al igual que muchas otras en muchos otros lugares, se está encargando de acabar con el género tanto masculino como femenino y que, para colmo, cuando pedís a gente como yo que seamos sinceros, no os gusta lo que oís y montáis en cólera. Últimamente estoy echando de menos la sencillez y conforme van pasando los años me voy volviendo mucho más simplista en ciertos aspectos. Cada vez pierdo menos tiempo en escoger la ropa, pero no por eso dejo de ir bien vestido. No me paro a mirar cómo tengo el pelo y ya no digamos en usar una plancha, ¡Una plancha!, para hacer lo propio de su función y dejar prensado lo que antes era una cabellera alborotada preciosa. Todo esto me sobrevino cuando me miré al espejo y me di cuenta de que iba disfrazado como un espantajo y estaba colaborando (al igual que todos) en la completa distorsión del referente de hombre, sexualmente hablando. Y cuando digo sexual no me refiero a que deba ir pregonando la virilidad mascando tabaco, rascándome el bulto y carraspeando cada vez que se me viene en gana para esputar en medio de la vía pública. Me refiero a que siento cada vez más predominante esa sensación andrógina que viene acechando en cada esquina desde hace algunos años.
Ahora competimos con las mujeres para ver quién desgasta más el cuarto de baño, cuando creo que sería justo dejarles a ellas ya que nosotros lo abordamos en la adolescencia y pasamos más tiempo ahí que en la propia casa. No veo referentes masculinos en la calle embutidos en esos pitillos tan sumamente incómodos. Sí, lo he dicho y parece mentira que no os deis por aludidos. Son horriblemente incómodos, no consigo rascarme el bulto cuando quiero sin tener que meter la mano como buenamente puedo entre lo que solía ser mi entrepierna y ahora es un miembro prensado. Tampoco consigo sentirme cómodo ya que esa enorme costura intermedia hace de ecuador en mi sello distintivo y dificulta lo que antes era una estupenda y vigorizante erección. Por no mencionar lo estúpido que resulta tener ceñido los pantalones en las piernas y que se te caigan de la cintura para enseñar esa estupenda lencería masculina de diseño que muestras cada maldita vez que se te cae algo al suelo (obviamente porque tienes que bajar de lado para no explotar las costuras de las piernas). Pero por supuesto obviaréis todos estos detalles puesto que hasta que volvamos a los acampanados y los botines (que vamos a volver, ya lo veréis) hay que ir disfrazados como en FAMA.
Pero esto no acaba aquí. Esto se extiende
No recuerdo el momento en el que la gente perdió el rumbo, no recuerdo el lugar donde todos decidieron comprar la ropa en los mismos sitios, ni recuerdo el momento en el que me desligué de ese camino vedado junto a algún que otro rebelde de la causa. Pero de una cosa estoy seguro: las etapas pasan algún día, vuestros hijos, se reirán de cómo vestíais entonces. Y además con razón, toda la razón. Pero mientras tanto, estaréis colaborando a que yo sea el último hombre sobre la faz de La Tierra.
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