Recorre el cuerpo un escalofrío,
duro como el inerte acero,
que postra el alma con sentimiento afligido
cuando se cierne el partir sempiterno.
El pecho oprime, sobresale el latido,
se cierran las manos, suspira el alma
al ver en la calma alejarse el olivo
y menguar en la loma el calor de su cama.
Aprendió haciendo camino
lo que amargo enseñaban las cartas:
a dejar al hermano, a olvidar al amigo,
a ver secar el río en yermas estancas.
El amigo antaño, ahora hermano,
despide riendo lo que abraza afligido.
No mira su rostro, no estrecha la mano.
Se marcha de nuevo el hermano y amigo.
El pecho oprime, ladrón el olvido,
que arrebata la calma y enciende el pesar,
dejando vereda y el Sol escondido,
seca la rosa y marchito encinar.
No habrá cartas, no habrá despedidas,
no hay tiempo para los abrazos.
Llega el momento, abandona el regazo,
cierra las puertas sin luz encendida
que marque el sendero de su avenida
y encuentre por fin verdadero descanso.
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