La clásica priora.
Sacudida de carnes, de manos airada.
Un silbido con forma de señora.
Lánguida, en púrpura chaqueta arrebujada,
un esqueleto bailando en carnes que aflora
en terso, nervioso, ¡Pálido semblante de lápida!
que colorido jovial fue otrora.
Despachaba el camarero
-ocioso, raudo,
un aspaviento arremolinado,
sin dejar al último por el primero-
en aquella terraza a medio techar
donde se conocían damas y caballeros.
Y yo, como no era de unas y en el otro iba sobrar,
casi preferí arrebatar mi bufanda al perchero
y sofisticadamente dejar -allí, como todos- mi café sin pagar
e intentar correr más que el buen tendero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario