Nada dije de olvidar Madrid
ni cerrar por sus calles
ni dejar con el alba tu piso
y cruzar por el medio del precipicio,
como el funambulista en Versalles,
que cambia el cable por el juego y el vicio.
Y luego te vi.
Nada dije de tener que cambiar
las casas de citas por citas escritas
y dejar de apoyarme en el brazo
de aquella señora que ofrece el regazo
por dejarte la bolsa y quitarte la vida
y cambiar mi chaqueta por el -ahora- retazo.
Y allí me encontré.
Nada dije de saber fingir
sobre juegos de amor y deportes de azar
donde siempre confundo apostando
las fichas de dos en los bailes de cuatro
y juego al farol del hablar por hablar
mientras hago por disimular que no estoy mirando.
Y sin embargo me fui
sin saber por qué,
Queriéndome ir
sin saber volver.